lunes, 15 de diciembre de 2014

Urge incrementar oportunidades para evitar que jóvenes se sumen a grupos armados

Miguel Cardoza

Las zonas fronterizas, en cualquier país, siempre presentan dificultades de diversas índoles por la influencia de múltiples factores habitualmente asociados a pobreza y delitos, por las condiciones de las mismas. El caso de Colombia y Venezuela, que comparten 2.219 kilómetros, es de suma importancia a nivel geopolítico. Quienes habitan en estados o departamentos limítrofes conocen la realidad económica y educativa a la perfección y son quienes con sólo contar sus historias revelan como la desatención o ausencia de políticas acertadas influyen en el fortalecimiento de actividades al margen de la ley en estas zonas.
Lamentablemente los adolescentes y jóvenes, al  ver reducida su capacidad de progreso y desarrollo óptimo, son presa fácil de bandas organizadas y grupos irregulares. Javier Tarazona, director de la Fundación Redes, recomienda manejar el caso con más amplitud, no limitar los problemas sólo a la línea divisoria porque ya han sobrepasado ese territorio y se han instalado en ciudades o poblaciones que no necesariamente están en el área fronteriza, ello debido a la fortaleza que han alcanzado los promotores del delito ante la incapacidad o ineptitud para contrarrestarlos por parte de las autoridades nacionales y regionales.
Asegura que “ya no es un tema de la frontera, en todo el territorio nacional operan grupos irregulares que han ido surgiendo solapados con la mirada complaciente del gobierno, teniendo como causa principal la pobreza, sumándole también la impunidad reinante en todo el territorio nacional”.
Pero aún sólo circunscribiendo los hechos a la frontera es evidente que no se  ha trabajado con fortaleza desde el Estado, e incluso se pudiera decir que en algunos casos la institucionalidad ha perdido terreno frente al cada vez más sólido accionar de las bacrim y otros grupos.
La pobreza no justifica la delincuencia, no es aceptable, pero muchos jóvenes carentes de apoyo y quien les brinde una mano son proclives a caer en el mundo hamponil. Tarazona asegura que no es casual que se hable de los jóvenes, porque que al crecer en un ambiente donde lo legal no les beneficia, o es muy inferior a lo que la ilegalidad ofrece, se presenta una gran tentación aún más para gente vulnerable, no sólo por la zona sino por las condiciones de vida que no quiere y que es tan difícil cambiar por falta de incentivos o respaldo oficial.
Frente a esta situación mantiene la firme tarea de organizar a los educadores en la Red de Educadores en Defensa de los Derechos Humanos (REDH) en estado fronterizos y Distrito Capital. Mientras menos preparado esté el ciudadano es más cómodo para ser llevado a integrar o colaborar con grupos al margen de la ley.
Tarazona contó la historia de María José quien fue secuestrada en el año 2008 por las FARC. Citó una entrevista que dio Samuel Molina, padre de la joven, donde aseguró que soñaba con ser bailarina y periodista. Ahora es parte de la guerrilla y tendría el alias de Carla en el frente 33 de esa guerrilla en Colombia.

“Un estudiante tiene el dilema si estudia para graduarse como profesional y engrosar el número de desempleados del país o prefiere ganarse cincuenta mil pesos diarios que equivalen a dos mil bolívares como mínimo por hacer algún trabajo sencillo pero ilícito”, dijo. He allí el dilema que describe el citado profesional del magisterio quien afirma conocer testimonios de reclutamientos forzados y voluntarios de estudiantes que desertan de los planteles. El dirigente gremial tomando cifras del Ministerio de Educación indica que unos 167 mil alumnos han abandonado las aulas sólo en Amazonas, Apure, Bolívar, Táchira y Zulia.

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